24 de junio de 2005

F de Funcionario (o de Forward)

"Oye, qué bien se está en la calle", me decía a mí mismo camino de la Escuela Oficial de Idiomas. La mañana era clara y el sol se dejaba acompañar por el viento para envolver las calles en un agradable manto invisible, que hacía más llevadera toda carga. Bueno, toda no, aquella maldita mochila pesaba como ella sola, y el pobre pringado que cargaba con ella era únicamente yo. Pero ya estaba llegando.

Había salido de casa bastante ansioso, más bien para poder caminar y dejar así de calentar mis neuronas (el caso era demostrarme que las hijas de puta sabían trabajar, aunque cuando y como les daba la gana) con historias de la facultad y sucedáneos. Durante la primera mitad del camino de mi casa a la EOI el truco funcionó, y pude distraerme con el cielo de madrid y sus nubes, sus calles y sus gentes (algunas de las cuales con realmente poca ropa, distrayéndome especialmente). Pero como digo, cada vez que me acercaba más a aquel desparpajo de organización, calidad de enseñanza, trato al alumnado y mobiliario ergonómico que es la EOI, el sosiego relativo duramente alcanzado tras kilómetro y medio de "ahora el izquierdo, ahora el derecho, ¡mira!, cruza, quieto, ¡corre!" y demás, se estaba viniendo abajo.

Me acordé del puto listening. Me imaginé al encargado de las cintas que contenían la prueba frotándolas a conciencia con un imán, las venas marcadas por el esfuerzo, preguntando "¿Ya?" periódicamente a su superior, que balanceándose en su silla con los pies apoyados en la mesa mientras leía el periódico fumándose un puro, le respondía mediante gestos: "Un poco más". Qué horror de sonido, hay que joderse que en 2005 tengan que hacerse los listening como en 1970. Pero bueno, fue para todos igual y no es plan de ponerse en plan mártir. Lo cierto es que si bien me sorprendí a mí mismo no cambiando de opción a desarrollar en la prueba escrita a 20 minutos del final, como en todos los exámenes que había hecho hasta entonces, el listening me rompió en dos.

No te jode, como si lo normal fuera encender la tele, poner la BBC, y encontrarte a Mohhamed Wagner, nacido en Marruecos, de padre alemán y madre húngara, viviendo en Nueva York desde hacía cuatro años, intentándote hablar de un pueblo perdido de Escocia imitando a los lugareños con una tormenta eléctrica de fondo. ¿Se puede saber para que cojones, oh visionarios educadores nuestros, quieren ustedes que extraiga datos de esa maldita grabación? Se dan cuenta de que encontrarme en una situación tan estrambótica en la vida real es bastante improbable, y que a la gente de carne y hueso basta con pedirle que repita lo que ha dicho?

Llegué finalmente a la EOI, ya autoconvencido de que había pinchado en el listening, y subí nervioso las escaleras hasta la segunda planta, medio corrí hasta el bloc de hojas taladradas con el listado de alumnos presentados y lo abrí torpemente. Busqué mi nombre... volví a buscarlo... otra vez... y otra vez... "Hmm... igual estoy en exámenes de libre por algún casual...", me dije, pero tampoco. Allí no estaba yo por ningún lado. Por suerte, rondaba por allí un tipo de unos 38 años con barba cana de 3 días y gafitas a lo Lennon la mar de simpático que enseguida se preocupó por mi situación:

- Hola, ¿qué te pasa?
- Hola, pues verás, que hice el examen, y no aparezco en las listas por ningún lado.
- ¿Seguro? ¿Has mirado bien?
- Si...

El tipo me arrebató el cuadernillo de las manos y se puso a manosearlo aún más torpemente que yo:

- A ver, dejame ver... ¿Cómo te llamas?
- (¿Qué coño está pasando aquí? Ya me he mirado yo...) Aitor... Fernández.

El tío se puso a rebuscar entre las hojas, y se detuvo en una de ellas, señalando una línea:

- Hmm... pues no estás, no...
- (¿¿¿???) ...
- Pero mira tío, yo he aprobado, soy este de aquí...
- (¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿???????????????) ... ¿Eh?
- Si, joder... qué ilusión, pensé que no iba a aprobar... el listening ha estado justito... no me lo puedo creer...

Aquel no era un tipo la mar de simpático. Era un cabrón sin móvil con el que llamar a su mujer, a los compañeros de trabajo (que amigos, lo dudo), a los hijos, a los padres, a su hermana y a su cuñado para contarles que había aprobado, y tenía que pagarlo conmigo. El que no podía creérselo era yo, así que me fui alejando lentamente, y ya convencido de que yo no estaba en ese cuadernillo, llamé a la puerta del departamento de inglés.

- Toc, toc, toc...
- Pssst! Pssst! Oye... - Era Sinmóvil.
- Si?
- Tu sabes lo que hay que hacer cuando apruebas para que te den el título?
- (Mira que eres hijo puta...) Lo siento tío, yo de eso ni idea. - Y volví a darme la vuelta hacia la puerta.

El despacho estaba más cerrado que un cero, así que bajé a conserjería. Y allí estaba ella. Empatizando con los sufridos alumnos, agobiadísima, viva imagen del funcionario eficiente, la mujer tras el mostrador leía el '¡Qué me dices!', pasando las páginas con la mano izquierda mientras se soplaba las uñas recién pintadas de la mano derecha.

- Buenos días, verá, hice el examen de aptitud de 5º y no aparezco en las listas...
- ¿Seguro que lo hiciste?
- (No puede estar preguntándome esto...) Sí...
- ¿Y pusiste enseñanza oficial?
- Sí, creo que estaba todo en orden...
- Ah, pues tendrías que hablar con algún profesor de la asignatura. Es un error suyo
- ¿Dónde puedo encontrar alguno?
- Ni idea. ¿Has mirado en el despacho?
- Si, no hay nadie.
- Pues ni idea chico. Mira a ver cuando hay más exámenes de inglés porque entonces probablemente haya alguno en el despacho.
- El último era ayer, y ya no hay más hasta septiembre...

Se encogió de hombros, hizo una mueca y miró a otro lado.

- (¿¡Entonces yo que hostias hago, se puede saber!?) Bueno... ¿entonces?
- (¡Que pesado, joder!) Vete ahí enfrente, a secretaría, a ver si te ayudan.

'Click!', primer Forward. Ya me veía como una pelotita preparada para rebotar de ventanilla en ventanilla impulsada por petacos en una máquina de pinball... pero ya me había preparado al verla, uno no es ningún aprendiz. Y no tenía nada mejor que hacer, así que allí que me dirigí. Por suerte no había cola.

Entré en una gran sala con cuatro Forwards sentados en sus mesas. Miré, y casi se me escapa una carcajada. De los cuatro, tres Forwards tenían un cartelito con letras rojas en el que podía leerse: "1- Fuera de servicio", "2- Fuera de servicio" y "3- Fuera de servicio". Me imaginé la conversación:

- Hola, ¿qué eres?
- Hola, soy una máquina.
- Hala, ¿y qué haces?
- ¿Yo? Redirijo e imprimo.
- ¡Hos-tia! Oye pues...
- Pero ahora no funciono, estoy con www.marca.com
- Aaah... perdona ¿eh?
- Hasta luegoooo...

Afortunadamente, "4-Espere su turno" sólo tenía que procesar una pelotita antes que a mí, así que no me tocó esperar mucho.

- (Todo el rollo)
- Ah, si, verás... tienes que ir a conserjería... a que te miren en el fichero desde ahí - 'Click!' , Segundo Forward.
- De ahí vengo, me han mandado aquí.
- Ah... entonces tienes que ir a dirección, y cuéntaselo a ellos - y 'Click!', Tercer Forward en tres minutos. Este verdaderamente era muy bueno en esto.
- Bueno, pues hasta luego.

Llegúe a la puerta de dirección, y me encontré con algo para lo que no estaba preparado. Narré mi odisea académica, y me preparé para un Forward a mi casa a esperar la revisión. Pero cuál fue mi sorpresa, al encontrarme una encantadora anti-Forwards que escuchó mi, debido a las repeticiones ya monótono discurso, con una sonrisa. Hizo una llamada de teléfono, miró unos papeles y me dijo:

- ¡Eso no puede ser! ¡Vamos a ver cómo lo arreglamos! Ven conmigo.

Me pellizqué. Pero no, esa mujer era real, ¡se estaba preocupando por mí! Y ahí estaba yo, subiendo las escaleras, detrás de aquella locomotora burocrática, en pos de la verdad. Llegamos a la planta en la que estaban las listas colgadas, y no habiendo mucha gente, pudimos acceder a ellas con relativa facilidad. Pero antes tuvimos que despegar a Sinmóvil, que seguía allí diez minutos después, haciéndose todavía su paja delante de las listas mirando su nombre y siguiendo con la mirada las celdas de la tabla hasta llegar al 'APTO'. "Que fuerteeeee... que fuerte, que fuerte... justito, pero dentro...".

- Pues aquí faltan 4 ó 5 clases enteras, chaval, vamos a tener que mirarlas abajo.

Mis dudas se esfumaron. Aquella mujer era mi angel de la guarda. Bajé con ella, esperé a que terminase otra llamada, y después a que bajase a por las llaves del cuartito en el que estaba el ordenador con la base de datos central. Cuando finalmente mi precioso ángel volvió volando de la infernal conserjería, gesto triunfal y llave en mano, entendí perfectamente que existían varios niveles dentro de aquel edificio, y por lo que parecía, mi ángel era muy dificil de Forwardear.

Una neblina blanca envolvió entonces el cuartito, mi ángel levitó hasta el sillón, y tras unos tensos segundos de divino 'ten con ten' informático-angelical, la voz más hermosa que he oído en mi vida penetró directamenteen de mi cabeza para felicitarme por mi aprobado.

Era cierto, lo estaba viendo yo mismo, un 15 sobre 30 en el listening del demonio me abría las puertas que mi subconsciente me había estado avisando serían difíciles de abrir. Pero allí estaban, y tras despedirme de mi ángel particular comprendí que aquellas puertas eran las de dirección, las abrí, y salí de allí.

Bajé a conserjería. Notaba mi aura transformada, como si algo hubiera cambiado dentro de mí. Y así debía ser, porque cuando me dirigí a la señora tras la ventanilla, dejó de mirarse sus recién pintadas unas y escondió el '¡Qué me dices!' como accionada por un resorte.

- Verá, cuando se ha aprobado quinto, ¿qué hay que hacer para que le den a uno el título?
- Err... esto... hmmm....

No se si fue la fórmula de la pregunta o el recién adquirido poder espiritual, pero ella notó algo, yo era el mismo capullo de hace diez minutos y sin embargo noté como se debatía internamente por forwardearme, pero todo le resultó inútil.

- Toma este papel, rellénalo, y llevalo a secretaría - 'Click!' Era realmente buena.

Mierda, ¡otro Forward! Pero aquél no había sido inútil del todo, me había llevado premio. Rellené el formulario aquel y fui directamente (ya no había nadie) a hablar con "4-Espere su turno":

- Verá, quería el título de 5º. Aquí tiene el formulario debidamente cumplimentado.

Algo falló en "4-Espere su turno". De la habitual función de redirigir, pasó carraspeando (¿bug?) a la de imprimir, imprimió un justificante/resguardo de mi paso por aquella casa de locos, y volviendo a su función habitual, me forwardeó de nuevo al próximo viernes.

Esta vez lo acaté con gusto. Era el último que esperaba recibir de nadie de aquel edificio en mucho tiempo.

Y tal vez, si alguna vez volvía a oir alguno, sonaría más parecido a nachsenden, o incluso a sashidegamashii.

22 de junio de 2005

Son 120, Jefe

Eran las cinco y media de la tarde de un día hasta el momento horrible. Por la mañana, los profesores de Estructuras de Datos II me habían regalado una réplica de la polla de Nacho Vidal y un bote de vaselina que caducaba en Septiembre, con una sonrisa. Concienciarme para lo que me esperaba me había robado la noche anterior casi por completo, sin pararme a pensar que tal vez los profesores que me iban a examinar de la prueba oral de 5º de la Escuela Oficial de Idiomas dentro de una hora se hubieran merecido también cierta consideración y un poco de respeto.

Las piernas me flojeaban, era incapaz de mantener mi pensamiento en un solo asunto por más de un minuto y el calor apretaba como si al sol nunca antes le hubieran dado la oportunidad de inaugurar un verano. "Joder Gallardón, qué lejos llegas", pensé, imáginandome al alcalde sentado en una mesa frente a Lorenzo Buendía, abogado del Astro Rey, intentando llegar a un acuerdo para elevar la notoriedad de la capital en estos días inciertos y así tal vez llamar la atención de algún despistado miembro del comité olímpico. Que debia ser lo único que quedaba por hacer, después de toda la magia potagia que había aprendido a hacer con sus cuentas bancarias, por cortesía de todos ustedes y El Corte Inglés. "Se van a joder, estos parisinos. Toma ciudad de la luz. Ahora qué? Eh?"

Así que, sin poder soportar el bochorno un minuto más, aproveché el tiempo libre que tenía antes del examen, abrí la puerta del bar, me senté en una banqueta y pedí un café. Con leche, por supuesto, ya me conocéis. Aproveché mientras lo preparaban para bajar al baño. Me siguió una muchacha de bastante buen ver con una caja de botellas en brazos, directa al almacén, canturreando alegremente un flamenquillo. Al escuchar la canción, me giré y la miré, ella me miró también y me sonrió. Le devolví la sonrisa y entré al baño. "Ojalá todo el mundo supiera cantar mientras trabaja" pensé para mí. Aquella chica me había alegrado la tarde.

Cuando subí, el camarero estaba terminando de echar la leche en la taza. El ambiente sobrio del bar me impidió, aún no se por qué, pedir otro azucarillo. Abordé mi banqueta, me apoyé en la barra, me quemé un poco con el café y bendije el chorrillo de aire acondicionado que estratégicamente dirigido, apuntaba directamente hacia mi cara. El dueño del bar y el camarero tomaban café también en una mesita junto a la puerta, en el momento en el que un joven (tendría mi edad, no sabía como llamarle) con pantalones anchos y camiseta sin mangas entró en el bar. Tenía pintillas de makoki, y miraba a todos lados como quien analiza la situación antes de comerse el mundo.

- Jefe, que buenas, que verá, que soy el hijo del afilador, que me manda pa ver si tenía usté algún cuchillo ca filar...
- El hijo del afilador dices? Pos no te conozco yo a ti.
- Si, tamos con el coche ahi fuera, haciendo la ronda. Quie que lafile algo?
- Bibi, ties algo pa este muchacho?

El cocinero se levantó, atravesó la barra y entró en la cocina. Gritó desde dentro:

- ¡Si, tengo aquí unos cuantos cuchillos que parecen martillos! - bromeó.
- Estupendo jefe, se los dejo yo que parecen espás japonesas, se lo digo yo.
- Toma los 8 cuchillos, y afílamelos bien, sobre todo el jamonero, como te lo cargues no te pago, ¿entendido?
- Usté no se preocupe jefe, yo se los afilo.

Salió del bar con el arsenal aquel que me dejó los pelos de punta. Cada cuchillo debía ser del tamaño de mi brazo, y la visión de aquel chaval con la cadenita de oro, los andares "aquí estoy yo", las gafas de Beckham y la posibilidad de degollar al real madrid utilizando un cuchillo por persona me hizo dar un sorbo temblequeante al café.

- Pues cuando yo trabajaba allí - Bibi señaló hacia arriba en la dirección de la calle - Un día vino uno que también decía que afilaba cuchillos, y cuando quiso cobrar, pedía 45.000 pesetas...
- 45.000 leches. Vamos, viene ese pidiendome más de 50 euros y lo mando a tomar por culo. Amos hombre, pa bromas estamos aquí... no te jooode!

Y así, entre historietas sobre "A tocarme los cojones a mí...", "Piernas por delante...", y "Si hombre... a otro tal vez, pero a mí te digo yo que no...", me terminé mi café. Me encendí un cigarrillo, por aquello de que estando de exámenes uno se puede permitir ciertos caprichitos (y si el jefe era un tipo duro, no iba yo a ser menos, ya ves tú, ahí estaba mi cigarro... no te jooode!). Al rato apareció Jack el destripador con las herramientas relucientes y los filos repasados, que se dirigió directamene a la barra y las soltó estrepitosamente. Jefe pasó detrás de la barra, abrió la caja registradora y le preguntó cuánto le debía. Jack se sacó del bolsillo trasero del pantalón una hojita semitransparente de papel, que entregó a Jefe. La desdobló.

- Qué es esto?
- La factura, Jefe.
- Ciento veinte euros, me vas a cobrar tu a mí?

Me hubiera imaginado el regateo y la amenaza de llamada a la policía, de no haber visto al Richi, al Jona, al Milio, al Jose, al Checho y al Diego entrar uno por uno en el bar y ocupar posiciones estratégicas. Había llegado la familia.

El Jose y el Milio se bajaron al baño, el Jona y el Richi se apoyaron uno en la puerta y el otro en la otra barra, y el Checho y el Diego se colocaron detrás de Jack (que por supuesto, como el avispado lector habrá imaginado, era el menor de todos) y se cruzaron de brazos. La pareja de jubilados que se encontraba en una mesita y que junto a mí componía toda la clientela del bar, hundieron sus caras en sendas tazas de café. Yo pegué a mi cigarro una calada y me giré para observar la escena (me lo podía permitir, ya que estaba claro que era duro).

- Jefe, me ties que pagar.
- Tu no mabia dicho quera tan caro, al que viene siempre le pago 3 euros por cuchillo, esto no te pago yo a ti.
- Usté a mi no me conoce Jefe, usté me tenía caber preguntao, ca uno tenemo nuestros presios...
- Que es un timo y no te pago, y yastá. Si quieres toma 30 euros y dejamos las chorradas.
- Que me pague los 120 euros Jefe, 8 cuchillos a 15 la pieza.
- Anda ya te via pagar yo 20.000 pelas... - E hizo ademán de coger los cuchillos.

Checho y Diego dieron un paso al frente, y Jack Beckham cogió los cuchillos por el filo recién afilado. El cocinero miró al camarero, el camarero miró al cocinero, el cocinero me miró a mi, yo miré al camarero, después al cocinero, éste ya no siguió el juego y se metió en la cocina. Los vejetes lanzaban miraditas fugaces a través de los espejos. Abandonado, el camarero hizo como que limpiaba una ya reluciente barra, y observó la escena. Pero allí no había mucho más que ver.

Jefe soltó los cuchillos. Resignado, hizo sus cálculos, y sacó un par de billetes y unas monedas.

- Son 120, Jefe.

- Y cuánto hay ahí? Ah ah ah, vale. - El pobre hombre no podía más. Cogió las monedas, abrió una vez más la caja y le entregó un billete de 20.

- Muchas gracias Jefe. Venga, vamonos.

El exótico equipo abandonó el bar casi en formación, dejando un mudo servicio y unos clientes más que flipados. Yo, que me había terminado el cigarro durante el incidente, no era ya lo suficientemente duro como para quedarme mucho más allí, y tenía que dejar a aquel pobre hombre allí solo para que pudiera digerir aquel bajo golpe (y algunas palabras) más tranquilamente. Sentía una profunda rabia, pero no podía hacer nada. Pagué. Mientras me iba, escuchaba al camarero que me decía:

- Ese por aquí no vuelve. Pero ha sido mejor así. Esos si quieren liarla, te la lían y gorda. Es sólo dinero... el dinero... ya ves tú...
- Cuánta razón tiene - Le respondí con una sonrisa escéptica y empática.

Por lo menos aprendí a considerar el precio de las cosas antes de proponérmelas, algo que si uno saca de contexto, puede convertir en una valiosa lección.

Mi examen estaba a punto de comenzar. De camino a la escuela, me preguntaba qué hubiera hecho yo en su lugar...